jueves, 14 de julio de 2016

El juego de la vida

Me hallo en un punto en el que ni la sonrisa de la persona más pura que existe es capaz de hacerme sentir la chispa que necesito para poder completar otro día con deseos de seguir despierta. Me hallo en un punto en el que la oscuridad está más cerca de engullirme que la luz de salvarme. Y lo más sorprendente, ha sido cómo me he apagado en tan solo tres días, cuando todo mi mundo se ha caído desde lo más alto de la torre.

Cuanta más alto, más duele la caída

No puedo creer que me haya dado de bruces contra el suelo y todavía
siga sumergiéndome bajo este. No veo posibilidad de salir de aquí tampoco (creo que lo llaman esperanza; de todos modos, dudo que exista) ni que deje de ascender en los niveles del dolor.

Muchos contrarrestan este sentimiento de hundimiento total con una seria promesa de venganza, de adquirir algún beneficio personal a cambio de su destrucción automática a la cual no han tenido opción.

Pero, ¿cómo lo hacen? Yo ni siquiera soy capaz de respirar, ni de pensar en otra cosa que no sea lo mucho que les quiero, ni de aceptar y asimilar que me han dado la espalda cuando más los necesitaba.

Son las personas que más queremos las que nos destruyen

Un día alguien me dijo que “las mejores ostias son las que no se dan”, y ahora comprendo que no lo decía para que no le diera un galletón a mi primo por haberme hecho la zancadilla en el patio del recreo (realmente se merecía el galletón que, haciendo caso omiso, le di), sino para prepararme a las caídas que la vida me trae. Pues me cago en la vida, y si tengo que culpar a alguien de mi desgracia es a mí y a mi mala cabeza. Por haber dejado a mi corazón mandar y que este decidiera querer a alguien por encima de mí. Yo podría haberlo evitado, pero ahora ya es demasiado tarde. Ahora ya tengo que vivir sumida en un oscuro mundo que me he ganado con cada paso que he dado. Y no voy a salir de aquí.

Siento, otra vez, a esa cosa desgarrarme y empujarme hacia abajo. Es como estar “bien” (dejémoslo en aceptable) y, de repente, se recuerda todo y sientes un cansancio en tus hombros que hasta los notas caer. Caer, caer... De eso se trata todo. De subir y de bajar. De renacer y volver a morir. De blanco y negro. Y mientras que la vida continúa su juego estúpido de destrozar y crear humanos, yo decido ganarle la batalla. No ser su juguete más.

Enara González Chans

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